Fue

Capítulo final del culebrón

Le marque al salir del trabajo. Hacía mucho tiempo no la llamaba, “ni que estuvieras de moda” era una de sus frases. Apenas era miércoles pero yo ya andaba buscando guerra para el fin de semana. Respondió pronto y toda la conversación fue “normal”, comportándonos como los adultos que se supone somos. Primero el saludo, el cómo estas y los qué milagro de cortesía. Luego las preguntas para actualizarnos: ¿has visto a Ale?, ¿cómo estan tus amigos?, ¿y el malacopa de tu trabajo?, blah blah blah…

- ¿Nos vemos el viernes?
- Pero algo cerca Dany, un café o algo asi, no me quiero desvelar…
- Ouh!, Ándale, yo quiero esuchar música, tomar una chela, verte… ¡anímate! Si quieres nos salimos temprano.
- Ay Dany… ok, me voy a desvelar contigo, ¿me llamas el viernes para ponernos de acuerdo?
- Vale, te llamo entonces, besos.

El viernes por la tarde la llamo para ponernos de acuerdo en la hora y lugar para pasar por ella pero, oh sorpesa: me manda directo al buzón; una, dos, tres veces. Más tarde vuelvo a intentar; cuatro, cinco veces. Y después otra vez, seis, siete. Le envío mensaje y me quedo esperando la respuesta. A las 6.30 en punto salgo de la oficina, me trepo a la nave y me voy a su casa tan en chinga como el tráfico de Tlalpan me lo permite. Siempre, invariablemente, al recorrer ese camino recuerdo la primera vez: esas horas en el tráfico, ansioso de verla, de estar con ella por primera vez. Han pasado poco mas de 3 años desde ese día.

Durante el trayecto sigo intentando pero sólo escucho el buzón de voz. Después de poco más de una hora manejando llego. Hace tanto tiempo que no estaba por aquí, ya ní recuerdo cuando fue la última vez que la deje en su puerta. Ahora, el callejón, al final del cual está su casa está cerrado y no puedo pasar. Sigo intentando con el teléfono y nada. Voy a la otra calle donde también hay entrada y mientras me acerco sonrió al recordar los gritos de bienvenida de su mamá aquel día que la regresé despues de un fin de semana juntos. Bah!, es pasado. Toco el timbre y espero. [..] Vuelvo a tocar. Sigo esperando. Y espero.

De pronto caigo en cuenta que voy a lo mismo de siempre: salir un rato, pasarla bien, y… y ya. No he podido recuperar nada de lo que tuvimos alguna vez.

¿Qué chingaos hago aquí?

Tomo sus cosas, las meto al buzón y le aviso con un mensaje: Te dejo tus cosas en el buzón. Solo eso, nada de reproches ni azotes. Me digo que no pasa nada, que ya he pasado por esto pero ahora si va en serio: ¡YA NO LA BUSQUES ANIMAL!